viernes, 1 de octubre de 2010

Un poco de historia

Ahora, que las imprentas son locales espaciosos y ordenados, donde el lugar destinado a la preimpresión en nada difiere de las salas de una clínica odontológica, imaginar como sería una imprenta en el siglo XVIII es una tarea complicada.

Un taller pequeño, con la concurrencia del dueño y uno o dos operarios sería tranquilo, pero en los grandes talleres como los de Ibarra, Sancha, Plantino o el de los Elzevir, la cosa sería bien distinta.

Es difícil imaginar la dimensión del desorden y poca higiene que reinaría en aquellos talleres tipográficos, extremo este que, intetaremos reconstruir, gracias a los escasos documentos donde se describe el funcionamiento de los mismos. Como por ejemplo la autobiografía de Benjamín Franklin, los Manuales Tipográficos o los interesante textos de Restif de la Bretonne en los que consigna por escrito la vida cotidiana de la clase obrera parisina de su época, y como tipógrafo que fue, de la realidad que tan bien conocía, nos pueden ayudar en este trabajo.

Contemplando los grabados en los que se muestra el flujo de trabajo de una imprenta, uno no puede apreciar la realidad humana de aquellas "Oficinas Tipográficas", aquellas imágenes muestran a unos impresores estáticos, sin expresión, componiendo, entintando y tirando de manera ordenada y silenciosa, aquello era realmente la utopía inmaculada y mecánica de una imprenta tipográfica.

La realidad, como podran imaginar, era bien distinta.

La imagen en negativo dejada por los antiguos Manuales sobre lo que no debían de hacer los cajistas o prensistas, nos muestran cual sería la realidad de aquellos talleres. De modo que, cuando de manera casi imperativa, prohibían comer, beber y pelearse a los obreros de un taller, lo que deja entrever es lo que ocurría cotidianamente. Por su parte, las descripciones que encontramos en textos literarios lo que hacen es enfatizar sobre los defectos de aquellos lugares, como el ruido de los talleres, las payasadas de los prensistas, o las excursiones de bar en bar de los cajistas, etc...

Con todo lo dicho, los verdaderos talleres eran lugares sucios, ruidosos y difíciles de manejas para los encargados. Las prensas crujiendo y gruñendo a cada tirón, con el tufo que dejaban las balas de entintar (cuyo relleno de lana se mojada con orines para que la tinta no se apelmazara) vamos, un hedor terrible. Por otro lado los cajistas golpeando con los componedores las cajas de tipos con el solo fin de hacer ruido y molestar, además de provocar entre los aprendices el consiguiente sobresalto. Y cuando el cansancio o la tensión del trabajo se hacía insoportable, entonces surgían las peleas, las voces y las brocas.

No es que todo el tiempo la imprenta fuera una escandalera, como profesionales que eran, hacian bien su trabajo y la prueba está en los impresos que de quellos talleres salieron. Sin embargo no debemos ser excesivamente puntillosos con aquellas personas, solo con pensar que las jornadas de trabajo se alargaba más de 12 horas, nos hará comprender mejor aquella realidad..

1 comentario:

  1. Enhorabuena y muchas felicidades.
    Gracias.
    Carlos Rey
    Aquiseencuaderna.com

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