sábado, 21 de diciembre de 2013

CRÓNICAS COREANAS - 대한민국 (Primer día)

Este es el relato, por entregas, del viaje realizado en septiembre de 2013 a Corea del Sur. País al que fui invitado para conocer una parte injustamente ignorada de la historia de la imprenta.


A modo de introducción.
Ni en el mejor de mis sueños habría imaginado, que la publicación de un libro sobre la historia de la imprenta, en el que incluí un capítulo sobre el origen coreano de la invención de los tipos metálicos móviles, pudiera tener estas consecuencias. De cómo ese sueño se hizo realidad, intentaré resumirlo en pocas palabras. En primer lugar, el interés mostrado por el Sr. Oh Dae-sung, Embajador de la República de Corea del Sur en España, la Sra. Yoo Soo-Ah, Segunda Secretaria de la embajada y el Sr. Jinsang Jang, Director del Centro Cultural Coreano en España, en que pudiera conocer los lugares mencionados en mi libro y, en segundo lugar, la gentileza del Ministerio de Cultura de Corea del Sur, a través del Servicio Coreano de Cultura e Información, por invitarme y hacerlo posible.
Yo tengo la esperanza de no olvidar un viaje cómo este, aunque corro el riesgo de que, con el paso del tiempo, muchas de las vivencias terminen por diluirse dada la fragilidad de la memoria. Y no se me ocurre una mejor manera de fijar los recuerdos que dejarlos por escrito. Este texto, que aquí publico por entregas, día a día, en una especie de diario, puede que resulte algo extenso, pero mi intención ha sido la de escribirlo todo, desde las vivencias a las emociones, pasando por los descubrimientos y todas las experiencias vividas durante la semana que estuve en Corea. 
Al final de cada entrega he incluido una recopilación de fotografías de ese día.


DÍA 1.-  25 de septiembre, miércoles.
Del viaje, la frontera, un poco de plomo del bueno y el Museo Nacional.

Yo había viajado el día anterior a Madrid, desde Granada, ya que el vuelo tenía prevista su salida el día 24, a las 10,30. Volaría con la compañía Korean Air, en vuelo directo a Seúl, ciudad a la que llegaría sobre las 6,45 de la mañana del día 25. Yo nunca había realizado un vuelo intercontinental, por lo que pueden imaginar que la experiencia resultó de lo más excitante. Desde viajar en un asiento que se convertía en cama, la amabilidad de las azafatas, las comidas , hasta el entretenimiento con las vistas de centro Europa durante el vuelo. Reconozco que mi inglés es muy básico, por lo que tengo que agradecer la fortuna de haber tenido de compañero de asiento, en el viaje de ida, al Sr. Amadeo Fortaleza Mulet, un mallorquín que trabaja como capitán para esta compañía aérea, y que regresaba a su base de operaciones en Corea, él me brindó una inestimable ayuda sobre todo cada vez que alguna de las azafatas se dirigía a mi, pues pese a ser un vuelo con salida desde España solo hablaban en inglés. Cómo decía, entre las comidas, un par de películas y la curiosidad de observarlo todo, lo cierto es que las doce horas que duró el viaje se me pasaron "volando", y eso que en un momento dado, las azafatas cerraron todas las ventanillas y apagaron la luz de la cabina para que los pasajeros pudieran dormir algo. Pero claro, aquella experiencia era mejor vivirla que dormirla, sin duda los efectos del "jet lag" ya vendría después.
El Sr. Jeon Hyuk, mi guía e intérprete.

Tras la llegada al aeropuerto de Incheon, la casualidad quiso que a esas horas solo estuvieran esperando los pasajeros de otro vuelo procedente de Tailandia, por lo que los trámites del paso por la aduana resultaron muy rápidos, por cierto, sobre la amabilidad del pueblo coreano, de la que ya me había hablado, pude comprobarla nada más llegar. Cuando vuelas a un país lejano, tienes que presentar una "Declaración de Aduana", que normalmente rellenas durante le vuelo, pero para los despistados siempre puedes hacerlo justo antes de pasar el control aduanero; para estos casos, los coreanos habían dispuesto una mesa con un puñado de impresos, unos bolígrafos, y además varias gafas, sujetas con una cadenita y colocadas según la graduación en una caja, menudo detalle
Ya en el puesto de control de la aduana, además de las huellas digitales, me hicieron un reconocimiento del iris de los ojos, y unas preguntas en coreano, que luego me explicaron que eran sobre las razones de mi visita. Yo, como no comprendí que me decía, le sonreí y le dije en mi mejor inglés "I don't speack korean, I´m Spanish". Supongo que fue suficiente, pues la policía me selló el pasaporte y me franqueo el paso sin mayor dificultad, de modo que fui de los primeros en recoger las maletas y dirigirme a la salida. Allí me estaba esperando el que sería mi acompañante e intérprete durante todo el viaje, se llama Jeon Hyuk y fue él quién se encargó de darme la bienvenida en nombre del Servicio Coreano de Cultura e Información, mis anfitriones.

En la frontera con Corea del Norte.
Jeon me propuso que, dado que los trámites en la aduana habían sido muy rápidos y teníamos tiempo antes de la primera visita programada, podíamos acercarnos a Imjingak, un lugar situado junto a la frontera que separa las dos coreas. Este lugar se encuentra relativamente cerca del del aeropuerto de Incheon y de camino a nuestro primer destino. Sin duda una inesperada visita a un lugar en el que, a esas hora de la mañana, solo pude ver a unos pocos norteamericanos curioseando, y un autobús repletos de turistas chinos mirándolo todo con mucha atención. Pude ver un puente con el paso cortado por una valla repleta de cintas y banderas coreanas y una estación de tren fantasmagórica que no llevaba a ninguna parte y que, según me comentó Jeon, fue construida en 1972 con la intención de comunicar las dos coreas y ser el punto de partida de una línea que llegaría hasta China y para facilitar el paso de trabajadores y mercancías entre ambos países, aquello fue sólo un espejismo que la política norcoreana desbarató. En esta parte de la frontera habían levantado un complejo a mitad de camino entre lo turístico y lo político, donde pude ver, sin aparente contradicción, un parque de atracciones y los restos acribillados de un tren, vestigios de una guerra que partió en dos la península coreana. Allí habían levantado un gran edificio, desde cuyo mirador pude contemplar las torres de vigilancia de la zona norcoreana, y un enorme espacio baldío que es conocido por zona desmilitarizada, cómo si la presencia visible de militares armados, a ambos lados, o los amenazantes cañonazos que escuche a lo lejos, procedentes de una maniobras norcoreanas, pudiera endulzar aquella terrible realidad. 
          El paseo por aquel extraño lugar me causo una enorme tristeza, un monolito con coronas recordaba la tragedia que supuso aquella guerra para muchas familias coreanas, y la alambrada repleta de cintas pidiendo la unificación y la paz, ponía el vello de punta. Era una muestra del dolor de un país separado y el recordatorio de que nos encontrábamos ante la última evidencia de la guerra fría.

Entrada a la Fundición de Tipos Móviles en Paju.
         Concluida la visita, nos dirigimos a Paju, a ver el Moveable Type Whorshop, un moderno taller de fundición de tipos de plomo, el único que existe actualmente en Corea, ubicado en una zona industrial conocida como Paju Book City, la iniciativa de un grupo de empresarios relacionados, todos ellos, con el mundo del libro, desde impresores a encuadernadores, libreros y editores que pensaron que uniendo fuerzas todos saldrían ganando. Este proyecto empresarial tiene una singularidad, a pesar de ser una especie de polígono industrial, en nada se parecen a los que podemos encontrar en España, cada una de las empresas allí instaladas tiene que encargar el diseño de su nave a un estudio de arquitectura, consiguiendo que cada uno de los edificios sea distinto, original y una obra de arte arquitectónica en sí mismo, con lo que pasear por esta zona industrial es una lección de arquitectura contemporánea coreana.
         Ya en su interior me recibió el Sr. Han Soosu dueño, acompañado de la Sra. Kyumg-son, encargada de enseñar las instalaciones a escolares y público en general, ella fue la que me mostró un vídeo pedagógico en el que pude ver el trabajo que se hacía en el taller. Después de esto, el Sr. Han me invitó a pasar al taller y ver las fundidoras, matrices  y todo el utillaje necesario para la fundición de tipos coreanos de plomo, una experiencia maravillosa y muy interesante. 

Con el Sr. Han Soo.
Me confesó que lo suyo era pura pasión, pues nunca tuvo una relación directa con el mundo de las artes gráficas, su formación y buena parte de su vida laboral había girado en torno al mundo del diseño gráfico y la imagen, pero siendo, como era, un enamorado de los antiguos sistemas de impresión con tipos de plomo, cuando en un momento de su vida le surgió la posibilidad de adquirir un antiguo taller de fundición juntó a dos antiguos trabajadores del mismo y unas antiguas prensas de impresión, no lo dudó, y abrió una pequeña editorial de libros, impresos artesanalmente con tipos de plomo hechos en su propia  fundición, así cómo una tienda en la que comercializar tanto los tipos como los libros. De ese modo, las antiguas máquinas de fundición y las prensas manuales volvieron a la vida.
         Pasé al taller y pude contemplar los chibaletes conteniendo los tipos coreanos, en este caso las cajas están colocadas sobre una estructura que deja las cajas situadas frente al componedor, las hileras de cajas alineadas en diferentes alturas llamaron poderosamente mi atención, no deja de impresionar a los ojos de un cajista occidental lo ingenioso de los muebles para contener los tipos de plomo y lo difícil de entender el sistema de ordenación de los tipos en las cajas.
          Ante mi pregunta del porqué de esta colocación, me dijo que sólo fundían siete cuerpos diferentes de cada uno de los tipos, que ellos los numeran del 1 al 6, siendo el 1 el más grande y el 6 el más pequeño, además de un cuerpo mayor que utilizan para titulares y que en medidas tipográficas equivaldrían a los cuerpos 6, 10, 12, 16, 24, 36 y 48, me dijo que no eran usuales los tipos de madera y que en su fundición conservaba antiguos juegos de matrices, con unos veinte diseños diferentes. Me dijo que a la hora de componer ellos no utilizan las vocales y consonantes de su alfabeto para componer las palabras pues, pese a que el alfabeto coreano, también conocido como Hangul, tiene 24 letras entre vocales y consonantes, su lengua las agrupa en bloques que forman sílabas y que codifican el sonido que representan, de modo que una fundición completa tiene alrededor de 154 caracteres diferentes para los sonidos, aparte de los números, signos de puntuación, matemáticos, etc., lógicamente en las cajas uno encontrará más tipos de las silabas más usuales, algo similar a lo que tenemos en nuestras cajas, encontrándose los números y signos menos habituales colocados en unas cajas especiales. Esto lo comprendí perfectamente al intentar el Sr. Han componer mi nombre en coreano, ya que ellos carecen del sonido “f”, por lo que utilizó el sonido coreano más aproximado. Trascribiendo sus silabas, Francisco de Paula quedaría más o menos como “Peu Ran Si Seu Ko - De - Ba Ul Ra”.

Los tipos que forman mi nombre.

          Durante la visita no sólo pude ver las antiguas matrices de las que me habló, sino que me mostró los dibujos originales con los que, mediante un pantógrafo, realizaban las matrices. Además, en la zona destinada a taller de imprenta, estaban imprimiendo los pliegos del un libro, la prensa era una pequeña plano cilíndrica japonesa de marcado manual y de salida de varillas de caña muy bonita, ver el sistema de entintados por mesa y el movimientos de la varillas sacando el papel fue todo un espectáculo. Mientras tanto la Sra. Kyumg-son había dispuesto en una de las mesas del taller los pliegos de la reproducción de un antiguo libro para que yo los cosiera con el sistema de encuadernación coreano de cinco cabos, así como la réplica de una antigua xilografía para que realizara una impresión. El sistema consistía en entintar las letras talladas con una brocha plana impregnada con tinta China, poner la hoja de papel Hanji y frotar con una especie de esponja sobre las mismas, al ser el papel muy fino uno puede ver si la estampación ha quedado bien sin necesidad de levantar la hoja, aquello fue el inicio de mis particulares descubrimientos sobre el sistema de impresión coreano.

De camino al restaurante me habló de como seleccionaba los textos para sus libro, de que sólo realizaba quinientos ejemplares sin posibilidad de reedición, y de que hasta la actualidad había realizado cincuenta obras, lo asombroso es que en plena era digital y en el país de Samsung y LG, aquellos libros impresos artesanalmente se vendieran bien, el precio, al cambio, no pasaba de los 30 euros.

         Terminamos la visita al taller sobre la una de tarde, la hora del almuerzo en Corea, por lo que nos acercamos a un restaurante. La fama de la comida coreana ha trascendido sus fronteras, el hecho de ser variada, natural y algo picante le aporta una peculiaridad que la hace muy interesante para nuestro paladar, por lo que yo tenía ganas de probarla, pero este primer día el Sr. Han nos invitó a comer en un restaurante ¡¡japonés!! en el que, por supuesto, no faltó ninguna de sus especialidades, entre las que destacaba el imprescindible Sushi, verduras, arroz, pescado y más pescado, los que me conocen saben que yo no soy de pescado, pero si del pan, y su ausencia no fue sino un aviso de lo que iba a encontrarme en la mesa coreana, de modo que más que comida aquello fue una agradable tertulia.

         La tarde comenzó con una visita a una singular escuela de tipografía, en la misma ciudad de Paju, el Paju Typography Institute (
PATI), una escuela de diseño alternativo fundada en 2012 por Ahn Sang-soo, y que según me explicó el Sr. Choe Jun-seok, uno de sus responsables y la persona que me acompaño durante la visita, tiene un sistema educativo único y original. Este centro ocupa la planta alta de una especie de centro cultural, está conectado en red con otras escuelas de arte y diseño coreanas y de otros lugares del mundo. El objetivo principal de la misma, me contaba, era que sus alumnos tomaran consciencia del valor universal de “la armonía y  la vida”, así como que la educación impartida no busca el aprendizaje o conocimiento destinado a la “capacitación laboral” del alumnado, algo difícil de entender si no se tiene en cuenta los valores de la cultura coreana. Me dijo que la escuela tiene limitado el numero de alumnos a solo 22 estudiantes.
El Sr. Choe Jun-seok, durante la visita al PATI.
         Me comentó que en la Bienal Internacional de Tipografía de esta año, Typojanchi 2013, desarrollarían una actuación en la que combinarían danza y tipografía, traduciendo en los movimientos de los cuerpos las letras tipográficas, una intervención que me recomendó no perderme, lástima que ese día ya tuviese otra actividad programa a cientos de kilómetros de distancia. Tienen como referencia a la Bauhaus, aquella escuela de artesanía, diseño, arte y arquitectura que nació en Alemania en los años veinte del pasado siglo. Dado que lo mío no es precisamente el diseño tipográfico, es mi intención ponerlos en contacto con las Escuelas de Arte de la ciudad de Granada para que conozcan esta singular experiencia y crear nuevas redes hispano-coreanas entre los amantes del diseño y la tipografía. 
        Terminábamos la reunión sobre las cinco de la tarde, cuando sonó la alarma en mi teléfono, indicándome que eran las siete de la mañana en España. Aquello fue un mazazo, pues me recordó que llevaba más de 24 horas sin dormir. De repente mi cuerpo se sintió desconcertado, menos mal que las emociones de lo hasta entonces visto y el anuncio de lo que vería después, ayudado, todo hay que decirlo, por varios vaso de café y té, me mantenían más que despierto.

Con el Sr. Dongsoo Moon, conservador del NMK.
        Para finalizar el día estaba prevista la visita al Museo Nacional de Corea (NMK), en donde me reencontraría con el Sr. Dongsoo Moonuno de sus conservadores, al qué conocí durante la conferencia que impartí en Casa Asia unos 4 años antes. Sin duda fue un lujo contar con su asistencia, pues él se encargó de mostrarme, no sólo los principales objetos que el museo atesora, sino que me enseñó los escasos tipos de metal que el mismo conserva, así como unos libros impresos con tipos móviles de finales del siglo XIV que tienen en sus fondos. Resultó emocionante ver, por primera vez, uno de los pocos tipo de bronce de la época del Jikji que se conservan en Corea, así como la pequeña colección de tipos de la época Choseon, de los que me llamó la atención su calidad, y el hecho de tener distintos cuerpos y tener una altura algo mayor que el otro.

      Un día repleto de actividades que tuvo como colofón una entrañable cena en un pequeño restaurante al que nos llevo el Sr. Moon y en el que ¡por fin! pude conocer la cocina coreana. Una particularidad que pude observar en casi todos los restaurantes coreanos en los que estuve a partir de ese día, excepto en el hotel de Seúl, era la de encontrar dos espacios diferenciados en los que sentarse, uno con mesas y sillas como aquí en España y otro con mesas baja y unos cojines; en los restaurantes más tradicionales y en pueblos pequeños uno sólo tenía la opción de sentarse en el suelo. En nuestro caso utilizamos las sillas y una vez sentados, nuestro anfitrión le comunicó a la camarera lo que íbamos a comer, para a continuación sacar de una caja de madera los cubiertos, que en corea son metálicos, y que consisten en una cuchara de mango largo y unos palillos. Nos los ofreció junto a unas bolsitas que contienen un paño húmedo con el que limpiarse las manos, una medida de higiene antes de comenzar a comer. Con la destreza y coordinación de quién llevar muchos años realizando la misma tarea, la camarera fue llenando el centro de la mesa de pequeños platos con verduras crudas, hervidas, fermentadas, legumbres y salsas, algunas reconocibles y otras no, ¡ah! y el ineludible Kimchi, puede que el plato más típico de la gastronomía coreana, y que consiste en col fermentada en un adobo de chile rojo molido, ajo y cebolla, una especialidad que, en este caso, no picaba un poco. Según me dijeron, la idea de compartir los platos es una muestra de confianza y amistad. En nuestro caso, lo primero que nos sirvieron fue una sopa de verdura en platos individuales acompañada de un cuenco metálico con arroz que situaron a la izquierda de cada uno de nosotros, yo creo que con la misma función que nuestro pan.

La presentación de la mesa coreana.
       En un intento de imitar lo que uno ve en las películas, cogí los palillos para comer algo de arroz, pero ellos me dijeron que los palillos sólo los debía utilizar para coger los alimentos dispuestos en los platitos de acompañamiento y la carne, mientras que la cuchara era mejor que la usara para comer el arroz, la sopa y los guisos. De todas formas, mi escasa habilidad con los palillos me llevó a solicitar un tenedor, cubierto al que estoy más habituado, pero que se demostró inservible a la hora de coger la comida de determinados platos.
       Pude saborear el Tofu, ese queso de soja tan singular, otro plato con una especie de tortilla en la que los ingredientes estaban rebozados con huevo y harina, también había hojas de sésamo hervidas y unos pimientos rojos asados muy buenos, que en este caso sirvieron de acompañamiento a un cerdo cocido muy sabroso. Se me hace raro coger de aquí y de allí, pero sin duda la comida es mucho más amena y divertida. Las bebidas son otra cosa, mas acostumbrado a la cerveza o el vino, la idea de tomar una copa de aguardiente comiendo se mi hizo raro, pero claro “donde fueres, haz lo que vieres”, por lo que la cena fue acompañada de una bebida alcohólica muy popular en Corea, que con 20 grados, se conoce como Soju, un destilado a base de arroz que se comenzó a hacer durante la invasión Mongol en el año 1.300. Según comentaba Moon, tradicionalmente estaba hecho con arroz, pero en la actualidad las marcas más populares utilizan patata, trigo, cebada e incluso yuca mezclada con arroz para obtener el destilado. Una curiosidad, los coreanos nunca se sirve su propia bebida, por tanto cada uno tiene que esperar a que otro comensal le llene su vaso, que según me dice Jeon, es por influencia de confucionismo, ya que los coreanos son muy sensibles al comportamiento en la mesa ¡ah! y nunca se debe rechazar la bebida ofrecida, por lo que la copa hay que beberla.

     Terminada la cena nos dirigimos al Hotel Plaza, en pleno centro de Seúl. Lo cierto es que estaba cansado, pues después de 30 horas sin dormir lo único que me mantenía despierto eran las ganas de seguir empapándome de todo lo que mis ojos veían. Pero entrar en un cinco estrellas "luxuri", de los que solo ves en las películas, para uno que está poco viajado, es demasiado. Una habitación con dos camas de matrimonio, una pantalla táctil desde la que podía controlar desde las cortinas a las luces, y otras teclas que no me atreví ni a tocarlas. Y en el colmo del refinamiento un baño con un retrete con mando, al que había que indicar sí eras hombre, mujer o niño, si querías que te dirigiera un chorrito de agua o que te secara el trasero, supongo que a esto se referirán los viajeros cuando hablan de lujo asiático. Y que decir de las vistas, mi habitación daba a la plaza del Ayuntamiento de Seúl. 
La plaza del Ayuntamiento de Seúl, desde mi habitación.
Menuda sorpresa, pues además el edificio que lo alberga es muy original ya que la remodelación del mismo es toda de cristal, los reflejos del tráfico le aportan unos brillos increíbles.
       Pero no crean, la noche no había terminado todavía, yo quería ver la vida nocturna de la ciudad y sabía que justo detrás del hotel se encontraba uno de esos barrios donde los locales de ocio de apiñan uno junto a otros, con las calles iluminadas con decenas de neones de todos los colores y formas, lo que le dan un aspecto muy diferente al de nuestras zonas comerciales. Y si creen que España es el país de los bares, están muy equivocados, aquellas calles estaban repletas de personas, de bares y de restaurantes. Al pasar frente a estos negocios pude ver como había personas ofreciendo descuentos sí entrabas en su local, yo el coreano no lo comprendo, pero el lenguajes gestual es igual en todas partes.
Entre todo lo que pude ver, me llamo la atención un señor sentado en una mesa comiéndose una especie de arenque, lo tenía sujetó por la cola entre sus dedos, retorciéndolo dentro de su boca hasta sacar la raspa limpia, que habilidad. O unos chiringuitos con el techo de rafia y en donde se preparaba pescado cocinado, al estilo coreano, directamente frente al comensal. En la calle había varios de estos "locales" todos estaban comandados por mujeres y tenía por utillaje una plancha y dos bancos corridos donde acomodar a los comensales, compartiendo mesa pese a no conocerse de nada. 
         Finalizado el paseo, regresé al hotel a descansar. La agenda para el día siguiente era de lo más interesante y no era cuestión de andar medio dormido.




Continuará.


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