Máquina de "picar" palabras |
Rubén Garrido, es un amigo granadino inclasificable, inquieto, entrañable y con un talento inusual para el dibujo, diseño gráfico y como docente. De su desbordante imaginación surgió, hace años, el trabalenguas que encabeza este artículo; una cáustica crítica a la incomprensible costumbre por parte de algunos autores de incluir Fe de erratas en los libros impresos a finales de los 70 del siglo pasado. Una época en la que las primeras fotocomponedoras y máquinas de offset ya habían hecho su aparición en buena parte de las imprentas españolas. En el taller donde yo aprendí el oficio teníamos una Berthold de exposición por proyección, recuerdo que la matriz estaba constituida por una tira plástica que llevaba las imágenes de las letras en negativo y la luz atravesaba este negativo para impresionar el papel fotográfico, que revelado, era a la vez galerada de prueba y tira de composición definitiva para montar, fotografiar y pasar a la plancha de offset.
Aquellos autores de los que se burlaba mi amigo, debían suponer que incluir una fe de erratas en su libro le daría, al mismo, una pátina de calidad de la que el texto carecía.
Mención aparte merece el asunto de los errores de composición registrados en la Fe de erratas de los libros compuestos hasta el siglo XIX porque, para desgracia de los investigadores, hoy solo podemos ver el resultado final del trabajo de aquellos cajista, los pliegos que de las prensas salían impresos; nunca sabremos los errores más habituales o las barbaridades que salían de las torpes manos de lo aprendices en sus primeras composiciones, la corrección de todos aquellos gazapos nos han privado de una interesante fuente de conocimiento, de cómo era el trabajo en una imprenta hasta la llegada de la revolución industrial.
Para los amantes de la imprenta y el libro, espero que José Manuel Lucía Megías no sea del todo un desconocido, es Catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, poeta y un investigador especializado en la literatura caballeresca y en la imprenta del Siglo de Oro, una fuente de conocimiento para los que nos interesamos en la historia de cómo fueron impresos los libros del XVI y XVII.
Sus artículos sobre los originales de imprenta, manuscritos o impresos, que estaban destinados a servir a las imprentas como modelos para realizar la composición e impresión de un libro me apasionan, sobre todo por lo de excepcional que la conservación de dichos originales tiene y lo de revelador para conocer como era el verdadero trabajo de los antiguos tipógrafos, la diferencia entre lo que tenían delante y lo que salía de sus manos.
Los que componemos con tipos de plomo, sabemos de los errores que podemos provocar al coger los tipo de la caja. Unas veces, porque la rapidez es garantía de error y otras, porque cogiendo el tipo del cajetín correspondiente, el fallo se pudo cometer previamente durante la distribución de otro texto, errando al devolver el tipo a su lugar correspondiente, por lo que terminamos colocando en el componedor una “s” cuando lo que necesitábamos era una “e”.
Por eso cuando encontré este anuncio entre las páginas de uno de los Boletines Oficiales de la Provincia de Granada, que se conservan en el Archivo histórico de la Diputación de Granada, supe de inmediato que estaba ante una rareza tipográfica, algo excepcional, no todos los días se topa uno con tal cúmulo de despropósitos tipográficos. ¿Qué pudo ocurrir para que fuera impreso este engendro? las prisas, unas manos inexpertas, el descuido del corrector, en cualquier caso tenemos ante nosotros, por primera vez, lo que compuso aquel desconocido cajista, los tipos que en sus rápidos, o puede que torpes, movimientos cogió de la caja y que nunca pasaron por el tamiz de la corrección. Como en las novelas de Agatha Christie, solo al final seremos capaces de resolver el enigma, pero para mí que el responsable del taller donde se imprimó era malo de solemnidad.
Francisco Núñez, que así se llamaba el impresor, debía de ser un empresario más preocupado por el dinero que los anuncios le proporcionaban que de la imagen que del anunciante trasmitía al lector en su periódico, lo digo porque el anuncio no solo salió publicado una vez, sino que fueron ¡46! las ocasiones en las el anuncio fue impreso. El primero apareció el día 22 de septiembre de 1871, y el último el 29 de noviembre del mismo año, no salió publicado algunos días; sin embargo, en todas las ocasiones apareció impreso como la primera vez, es decir, que compuesto el molde y hasta su distribución final a la conclusión del contrato de publicación no se volvió a tocar.
Lo de no componer el anuncio nuevamente en cada inserción lo entiendo, era y durante años fue práctica habitual en los periódicos conservar los moldes de aquellos anuncios que con asiduidad se repetían, lo que me cuesta más trabajo comprender es por qué no se corrigió a lo largo de los meses que estuvo a la vista de todos. Lo que me hace dirigir la mirada al Cirujano Dentista del anuncio, quién tampoco debía de prestar mucha atención a lo que sobre su persona aparecía publicado diariamente en el periódico. ¡Menudo especialista!
Pero en fín, para demostrar que la imprenta era cutre, aquí tienen este otro anuncio. Primero apareció publicado con una composición imposible de la palabra “provincia” para a continuación enmendar el entuerto, bueno no del todo, observen esa “t” de la izquierda, ¿pero cómo se puede poner un tipo entre las dos líneas?. Ver para creer.
Genial lo reproducido, los comentarios y el trabajo de investigación!.
ResponderEliminarhttp://rubengg.blogspot.com.es/2012/09/dejadez.html
Gracias a tí, por los buenos momentos que me hacías pasar en la imprenta
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